CUANDO LAS PALABRAS DE RAJOY COBRAN SENTIDO

El cántico más famoso de la afición del Betis comienza alegando que algo no va bien: “Dicen que estamos locos de la cabeza…” Como si de una premonición se tratase, el lema más conocido de la hinchada verdiblanca hace alusión a la derrota y no a las victorias: “Viva el Betis manquepierda”. Puede sonar extraño, pero todo aficionado del Betis asimila estas dos sentencias como propias cuando le toca defender a su equipo. 
El bético es un mal amante porque siempre parte de algo negativo para justificar el apego que siente hacia su club. Y eso hace que en su cabeza, cuando se trata del Betis, algo siempre vaya mal. No importa lo que sea: el entrenador, la directiva, el delantero que no marca goles, el fichaje estrella que no brilla o la joven promesa que no despunta. Lo importante es tener algo malo a lo que agarrarse para sentir que su apego al verde y blanco sigue creciendo. Como diría un ex presidente del gobierno: “cuanto peor para todos, mejor”. 

Hace unos días, el periodista Fermín de la Calle escribía en su Twitter que “hay que ser muy del Betis para aguantar al Betis.” Posiblemente, lo único que le ocurre al Betis desde hace años no sea más que su rival de la acera de enfrente gana más partidos. Pero eso es algo que, en Sevilla, resulta muy complicado de decir con palabras. Y si no, lean lo que ha dicho Lopetegui sobre el adiós de su homónimo: “Rubi es un magnífico entrenador. Ha hecho un gran trabajo pero muchas veces los resultados no acompañan”. 

Leyendo esto igual piensan que Rubi ha tenido mala suerte. Y quizás sea así. Ahora bien, de lo que no hay dudas es de que su despido está justificado: es el entrenador con peor porcentaje de victorias de la historia del club. Demoledor. Algunos argumentan que es buena gente, como si esto sirviese para meter más goles; que es educado, un currante, mejor entrenador de lo que ha podido demostrar. Seguramente sea así, pero los entrenadores, en el fútbol, son esclavos de los resultados, y ahí, Joan Francesc Ferrer (nombre de pila de Rubi), tiene poco que rebatir.

Con el entrenador fuera, las miradas se dirigen al palco y allí aparecen dos nombres: Ángel Haro, presidente, y José Miguel López Catalán, vicepresidente. Ambos, accionistas máximos de la entidad desde 2016. Tras su llegada, el club no ha dejado de crecer: han quintuplicado el valor de la plantilla, siendo estos dos últimos años el plantel más caro de la historia; han modernizado el club y todas sus estructuras, renovando el estadio hasta convertirlo en el cuarto más grande de España y colocando la ciudad deportiva a la vanguardia del continente. En términos económicos, la marca Real Betis no ha dejado de crecer, pero sobre el césped, desde su llegada, el Betis ha perdido más de lo que ha ganado. Y cuando parecía que podía hacerlo, entrar en Europa y acercarse a los títulos, la afición comenzó a silbar a su entrenador. No les gustaba su estilo, esa era la justificación. Ahora, ese entrenador dirige a Leo Messi en el FC Barcelona. 

Es posible que el aficionado bético, como canta cada domingo, no esté bien de la cabeza. Es posible que, por inverosímil que parezca al leerlo en estas líneas, el beticismo necesite que su equipo pierda para reafirmarse, que la guerra civil interna que se vive en el club no acabe nunca, que la división se perpetúe y la capacidad de autodestrucción se apodere de todo. Dicen que el Betis debe hacer como el Atleti, parecerse al Getafe o vender como el Sevilla. Lo que no entienden es que el Betis solo puede ser el Betis, y únicamente cuando deje de mirar alrededor y se centre en lo suyo, entonces y solo entonces volverá a ser un equipo puntero… si es que eso es si quiera posible. 

MARCOS LLORENTE O EL MODERNO PROMETEO

El pasado 3 de julio, el Manchester City abonó la cláusula de 70 millones de euros para hacerse con los servicios de Rodrigo, un futbolista exquisito en el toque con un elegante porte sobre el césped. Rodrigo no lo dudó cuando le tocó elegir entre Guardiola y Simeone. El Atleti parecía que se le quedaba pequeño y al Cholo, el mediocentro llamado a sustituir a Gabi en la medular rojiblanca solo le duró un año. 

Dos semanas antes, el Atleti ya se había cubierto las espaldas. Y eso que el club dueño de los derechos de Llorente, el Real Madrid de Florentino Pérez, no veía con buenos ojos la marcha del mediocentro a la zona sur de la capital. La voluntad del futbolista fue clave: una apuesta personal por un club y un entrenador que confían en él. Su salida del Real Madrid fue igual de impecable que su rutina diaria. Llorente se cuida obsesivamente, sigue una dieta paleolítica y entrena siempre al límite de su preparación. 

El Atleti lo fichó para sustituir a Rodrigo en la posición de pivote. Le dio incluso su dorsal 14, pero Simeone supo desde el principio que Llorente no sería su 5. En su segundo partido con la rojiblanca, el 23 julio contra Chivas, en la gira americana, Llorente perdió un balón como último hombre y acabó expulsado. Una jugada esclarecedora de lo que es como futbolista: ligero, descontrolado pero comprometido. Simeone lo apuntó en negrita en su libreta y a partir de entonces, lo condenó al olvido. Entre el banquillo y la banda derecha, Llorente aguardó en silencio a que llegara su momento. Anfield cambió su historia para siempre. En la banda, olvidado de las labores creativas, Llorente pudo mostrar al Viejo Continente su exuberante poderío físico. Y también su pegada. Entonces llegó la pandemia. 


En estos meses, una idea descabellada rondaba la cabeza de Simeone: convertir a Marcos Llorente en su nuevo Raúl García. Brega, compromiso, sacrificio y poderío. Semejanzas tienen, aunque también diferencias. Llorente es más solidario en labores defensivas y menos dotado en el juego aéreo. Pero tiene llegada y pegada, y se lleva bien con la pelota. Saúl Ñíguez, el futbolista con mejores condiciones para emular ese rol, hace ya tiempo que no se prodiga por el área.  

Llorente siempre ha sido un centrocampista con tendencia a abandonar su zona de influencia, justo lo que a Zidane desesperaba. El Llorente pivote se movía en vertical, para presionar y para recibir el balón. Con 20-25 metros de recorrido, de arriba abajo y de abajo arriba, desplegándose también cuando la pelota se le acercaba al pie. Llorente no tiene miedo a las conducciones. Si ve el hueco, él se lanza. Y eso, en un pivote defensivo, no le gusta ni a Zidane, ni a Simeone, ni a ningún entrenador con un sentido táctico convencional. Por eso, su posición de segunda punta tiene sentido. Sobre todo en fase defensiva. Así Llorente tiene libertad para desplegar todo su físico en la presión, para correr todo lo que quiera persiguiendo el balón, para contagiar a sus compañeros de una fe tan ciega que, de momento, tiene combustible para 70 minutos. 

El 4-4-2 de Simeone es innegociable. Por eso, la nueva posición de Llorente puede resultar rara. La banda, su hábitat anterior, podría tener sentido. Pero Marcos es capaz de dotar de naturalidad cualquier decisión que le involucre. En ataque posicional sufre, pero es que el Atleti casi no ataca en estático. Lo que quiere Simeone es correr, y no parar nunca y en eso Llorente es perfecto. Con Saúl y Thomas a su espalda, no importa que el Llorente pierda la posición, que se descuelgue en la presión. Lo hace, fundamentalmente, porque corre por dos: por él y por Diego Costa. Menos desgaste para el delantero de Lagarto, más aire en los pulmones, mayor velocidad en la toma de decisión. Ganan todos. También Marcos Llorente, un hombre de equipo. Y también de club: “no hay que pedir perdón por tu pasado, sino darlo todo y ganarte el cariño.” Palabra del señor, alabado sea él.  

En San Mamés, Simeone le eligió por delante de Morata, Correa y Lemar; el nexo más elocuente entre la histórica noche de Liverpool y el regreso del equipo colchonero tras la pandemia. Y Llorente se mostró seguro, con y sin balón. Capaz de jugar de espaldas, chocó, se perfiló y no tuvo problemas para girar con el balón. Llorente no es delicado, pero la pelota no se le despega del pie. Y pudo correr, sobre todo en la presión. Simeone desconfía de juntar a Costa y Morata en el frente de ataque y prioriza la solidez: “no tengo un equipo preparado de la mejor manera para sostener a Costa y Morata juntos”, dijo en la previa.  


Simeone busca incansable a su doble, ese futbolista guerrero, fajador, que a su vez se asome entre las sombras por los balcones del área. La apuesta de Llorente como segundo punta le dotó al madrileño de un nuevo escenario donde desarrollar todas sus cualidades. El ex-mediocentro no sorprendió desde atrás, pero marcó el ritmo en la presión. Sus errores en el pase no fueron tan decisivos como lo serían 20 metros más atrás y eso, a su vez, le permitió liberarse con la pelota. Por eso, las llegadas de más peligro del Atleti en la nueva Catedral llevaron su firma. 

Simeone innovó con Llorente, transformándolo en el titán amigo de los mortales, en el encargado de robar el fuego enemigo para convertirlo en peligro de gol. Como Prometeo, inventor del sacrificio, una creación a partir de la arcilla en busca del poder divino. Veremos si la obra de Simeone, a su vez, es castigada por su propia naturaleza. O mejor dicho, cuando vuelva Joao Felix. 

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